La primera aparición del TDAH en la literatura fue en 1845 gracias al médico y escritor de libros infantiles Henrich Hoffmann (1809-1894). Hoffmann explicaba en su libro para niños Struwwelpeter (“Pedro Melenas”) la historia de Felipe el Berrinchudo, un chico alborotador que se mece en su silla durante el almuerzo, a pesar de las advertencias de los padres. Cada vez se agita más, sin pensar en las posibles consecuencias de su comportamiento y ante la desesperación de madre y padre. Hasta que sucede el desastre: el chico cae al suelo y arrastra consigo el mantel, la vajilla y la comida. Pese al incidente, no comprende por qué motivo le vuelven a regañar los mayores.
Aunque no pueda considerarse literatura científica, Hoffmann describió en sus cuentos otros casos clínicos similares. Es probable que su personaje de Federico el Cruel, un niño furioso y agresivo, recibiese hoy en día el diagnóstico del TDAH. Incluso Paulina, la niña que ignoraba las advertencias de los adultos y se ponían a jugar con las cerillas, o Juan Babieca, el chico despistado que andaba por donde no debía.
Y es que muchas veces la literatura juvenil refleja en muchos casos la realidad, ¿Consideraríamos diagnósticados de TDAH Tom Sawyer, Huckleberry Finn, Bob Esponja, Bart Simpson o Daniel el travieso?